martes, 26 de marzo de 2013

Cotidiano


          El hombre penetró en el cuarto de baño. El espejo le devolvió la imagen de un rostro duro, de ojeras pronunciadas, la boca contraída denunciando ese extraño rictus que refleja en forma singular el cansancio asociado a una de las formas del placer. No hay manera exacta de definirlo: es la fisonomía que revela el arquitecto cuando culmina con la trabajosa descripción de la sala de los sueños, o el albañil, cuando ejecuta la última hilada de la morada que servirá de cobijo a su familia; o el carpintero, cuando examina a un metro de distancia la cuna de su hijo.
          No se trata  del semblante  que emerge como consecuencia del deber cumplido, perfil que está más asociado con la obligación y para el cual existen líneas faciales reconocibles. No, es una expresión  de la que emana cierto aire de bienestar, de gozo por lo realizado más allá de su proyección.
          Algunos estudios de la condición humana sostienen  que esta forma particular es apreciable   con mayor nitidez  a través de los ojos.  Pero los ojos de este hombre no explican nada. Explora  escrupulosamente cada pliegue de la cara y siguen con atención el escrutinio que de la incipiente barba realizan sus yemas.

           Quitó su camisa, la examinó a trasluz y refregó con severidad  un diminuto lunar ocre que desarmonizaba la impecable trama de la pechera.
Un hombre prolijo.
          Con esa economía de movimientos de que suelen hacer gala los atletas, colgó la prenda en la percha asida a la cortina de la bañadera. Luego,   tomó la máquina de afeitar eléctrica y comenzó a rasurarse cuidadosamente.
          El murmullo del artefacto y la mirada depositada en el espejo no le impidieron advertir a la mujer que silenciosamente se había aproximado al umbral, desde donde lo escrutaba con atención.
          El silencio de la mujer no se prolongó demasiado.
          -¿Hoy también? Yo no aguanto más ¿sabés? –dijo con voz que se reveló  cansada.
          El hombre no contestó. Examinó críticamente la línea de sus bigotes y continuó con la tarea.
          La mujer insistió.
          -Estoy esperando una respuesta. Ya sé que me escuchaste.
          Un destello  de  irritación brotó en la mirada  tras la demanda.
-        No me preguntaste nada. Andá a acostarte que todavía es temprano y yo estoy cansado,
-        La precisión de la réplica no amilanó a la mujer.
-        ¡Claro que te pregunté! Te estoy diciendo si vas a seguir así ¿Te parece justo? Una. Dos veces, vaya y pase… pero esto ya es demasiado. Tenés que darme una explicación.
El hombre frunció las cejas contrariado, apagó la máquina y se enfrentó a la mujer.
-        Ya te expliqué, tontita, tengo mucho trabajo y son cosas que vos no entendés. Cortala che –dijo con el mismo tono de voz que al comienzo.
-        No me trates como a una nena, no intentés endulzarme. Ya estoy cansada de todos estos plantones, sin saber nada de vos, de tantos misterios ¿Me entendés?
-        Te trato como a una nena porque sos una nena. Y a  las nenas no hay que darles muchas explicaciones. Andá a dormir.
La mujer no vaciló.
-   Vos estás cambiando ¿sabés? Y lo peor es que no te das cuenta. Sos otro y no me gusta nada. Además, tengo derecho a que me des una explicación. ¡Te exijo que me digas en qué andás!
El hombre meneó la cabeza y su tono de voz se hizo aún más grave.
-   Ya te expliqué. Tengo mucho trabajo y estoy cansado, así que cortala. No te lo voy a andar repitiendo- murmuró entre dientes.
-   ¡Y te parece que yo me voy a conformar con eso! Pues estás muy equivocado. Vos hoy no te vas de acá sin una explicación. Ya bastante con lo que me hiciste la otra noche, que me lo trague y no dije nada.
-   Ya te aclaré que lo de la otra noche fue una locura. Perdoname, debe haber sido el vino que tomamos; no se, ya…
-   ¡Perdón un carajo, esa también me las vas a pagar! Pero ahora es otra cosa. Vos a mi no me jodes más… me decís ahora mismo en qué andás…
El hombre desistió de una nueva repasada  a la frontera de sus patillas. Su voz sonó seca y dura.
-        No me cansés, haceme la gauchada. Andá a la cama y dejame en paz.
-        Vos en la cama no me vas a ver nunca más. Ahora te estoy exigiendo una respuesta –replicó indignada…
El hombre la contempló apreciativo. Sus ojos bajaron por la bata entreabierta hasta el ombligo. Se detuvieron un instante en el contorno de sus caderas que la tela cubría precariamente, siguieron luego por las pantorrillas hasta los pies descalzos. Una sonrisa incierta  se abrió  paso en su rostro.
-   Yo en la cama te voy a tener todas las veces que quiera, no me hagas enojar y hacé lo que te digo.
La mujer estalló.
-   ¡Basta! Me entendés, ¡basta! Vos te crees que a mi me vas a tomar el pelo. Enterate: andá decidiendo ya mismo si me vas a dar una explicación o tendrás que arrepentirte.
Hubo una crispación, acaso  una irradiación de alerta violentando  el ambiente.
-        ¿Qué me querés decir con eso?
-   Lo que escuchaste; ya mismo me vas diciendo. Yo no me trago todas esas cosas del trabajo extra y que estás recargado y que…
El hombre la tomó de los hombros, la miró fijamente a los ojos y le dijo suavemente:
-        ¡No te pasés de vueltas, nena, no juegues conmigo!
Ella intentó desasirse pero no lo logró.
-   El que jugás sos vos, que andás en algo y no me decis. Qué ¿me estás poniendo los cuernos?
-   No seas boluda,  si te pusiera los cuernos ya te hubiera rajado.
-   Y entonces… - irrumpió en sollozos- por qué tantas vueltas.
-   Ya te dije, estamos recargados. Eso es todo.
La mujer alzó la cabeza con cierto aire triunfal.
-   ¡Ves que me mentis!  Sos un jodido. Anoche hablé con la guardia y me dijeron que ya habías terminado con tu turno.
El hombre la soltó y sus pupilas se agrietaron.
-   ¡Eso hiciste! Te dije que ese teléfono sólo lo usaras para una urgencia.
La mujer no contestó y lo enfrentó  desafiante. Desoyó esa imperceptible campanilla de alarma que preanunciaba el peligro. Una tenue luz comenzó a introducirse por la claraboya anticipando el amanecer.
El hombre permaneció  ensimismado. Las lágrimas y la firmeza de ella desplegaban  una cuota de sensualidad que lo excitaba. Luego, lentitud, tomó nuevamente la afeitadora. Le quitó la cubierta  protectora y puso al descubierto su interior. En un rápido movimiento terminó de abrir la bata de la mujer que solo atinó a retroceder un paso.
-Así que querés conocer en qué cosas ando. Bueno. Ahora te vas a enterar.

(De Crónicas cortas de un tiempo largo)



sábado, 16 de marzo de 2013

mujeres - Felisa



A Paulino, Soa y José



Felisa es una niña para  los ojos curiosos del que visita las orillas de esas extensiones en las que Tomás Masón fundará su aldea. Etérea, bordea una ceja del monte, indiferente a las expectaciones  del  petimetre que escolta al patrón  por su dominio. Pies desnudos en el medanal, silbos aspirados  y un chamal que ondula cada vez que se inclina a recoger florcitas de verbena para engalanar  el aduar que comparte con Mariano Rosas.
            Ella se siente mujer y nunca tuvo dudas. No ignora  los secretos  que se deben conocer  a su edad. Y sabe aún más: que es diciembre porque ha salido la última luna.  Descifra  sin esfuerzo las recónditas propiedades  de las hierbas salvajes; cuál es el color de las plantas tintóreas.  Ha asimilado que la vida es como el fuego, se vuelve cenizas si uno lo apura. Además, le  han enseñado que según las hojas del árbol es el rumor del viento y que la libertad es un pájaro en vuelo.
Magisterios de la diáspora, aprendizajes del desamparo.
Luego vendrán los vientos empujando al siglo y Paulino Ortellado imaginará  para ella una elegía con la sexta  en Re que acaso evoque al ocaso pampeano.
Ñamtruy, revoltosa, de qué lugar recóndito vendrá su nombre, cuáles las  honras.
Anciana, arquea su figura por una esquina de Villa Tomás Mason y un niño asombrado, Osmar Sombra, se pregunta cómo sobrevive el raído sacón oscuro que le conoce desde que tiene memoria.
Felisa ríe y su risa chispea  en el sol. En el cielo, un águila le ofrece su pecho altivo cada vez que sobrevuela y ella verifica una vez más  que los dioses la acompañan. A lo lejos, los hombres loncotean y festejan vaya a saber qué cosa que el visitante no alcanza a comprender.
La vieja se inclina trabajosamente en la silla y cada tanto levanta con dedos rugosos los párpados que le pesan. Comprueba que los niños están allí corriendo en las anchuras  arenosas del baldío y retorna a su ceremonia interior de silencios y recuerdos. En sus tiempos, cavila, a los niños no había que controlarlos, bastaba con enseñarles a conquistar la vida.
La tarde abraza el campamento y Felisa ayuda con el hogar  para no privarse de la maravilla cotidiana de las brasas crepitando. El fuego también está contento, certifica, y se queda pensando en esa rara sensación que la inunda y que sólo muchos años más tarde conocerá bajo el nombre con que algunos la denominan: felicidad.
El niño de los ojos de asombro ve partir a su abuela acompañando a la anciana y se pregunta dónde irán, de tanto en tanto, hacia el centro de la pequeña ciudadela que hace pocas décadas ha cumplido sus primeros cincuenta años de vida ¿Para qué ir al centro si aquí en la villa tenemos todo lo que uno puede necesitar, hay luz eléctrica, agua buena en el aljibe, pasa el lechero y si uno quiere y se acostumbra, don Luís le trae unos pejerreyes de La Dulce?
Ñamtruy entona  una canción que viene desde lejos y la letanía penetra en el corazón del monte, se eleva con languidez  en la esperanza y se prolonga en el son de las calandrias.
La vieja de los párpados pesados decide que ya ha visto demasiado y los levanta solamente para despedir al águila cuya cruz  alcanza a percibir tras la ventana del humilde ranchito de Río Negro y Jujuy. La casa de los Uhalde, que décadas más tarde integrarán el inventario más atroz de la ferocidad.
Aquel  niño, conquistador de baldíos  y  amaneceres  holgazanes en otoño, ahora es un hombre que pinta con la paleta terrosa  de estas dilataciones. En algún momento de su vida se detendrá en un retrato, una hechura bermeja  para la vieja del imperturbable saco de lana gruesa. Para la niña del salitral, la Felisa, hija de Francisco  Paillagner y Juana Meligner,. heredera de los zorros.
 Ñamtruy, ¡qué lindo suena!. El eco reverbera en los costados de una ciudad dormida.   Acaso algún día, en el ciclo que se inicia, germine en  los potreros de la villa una  reminiscencia  por  la anfitriona del festival de las verbenas.

(del libro  El Ciudadano)






















viernes, 8 de marzo de 2013

Las huellas de la dictadura


CICLO DE CHARLAS Y DEBATE SOBRE HISTORIA REGIONAL

HISTORIAS de LA PAMPA DESCONOCIDA


AS VENAS ABIERTAS
Viernes 16 de setiembre de 2002.

Última exposición a cargo de :Juan Carlos Pumilla             
   Tema: "Las huellas de la dictadura"

María S. Di Liscia:   Bueno, vamos a dar lugar al tercer panelista de la noche, que es Juan Carlos Pumilla. Periodista y Escritor,  miembro de la APE, fundador del Movimiento Pampeano de Derechos Humanos, autor del Proyecto presentado ante la Justicia Federal para establecer las causas de las desapariciones de Pampeanos durante la Dictadura. Y coherentemente, en este ciclo, Las Venas Abiertas, Juan Carlos nos va a referir: “Las Huellas de la Dictadura”.

Juan C. Pumilla:   Soy miembro co-fundador, no fundador del Movimiento de Derechos Humanos.
      Quiero agradecer a Norberto Asquini, quien le puso el título a esta intervención y la llamó “Las huellas de La Dictadura”. Me parece que es un título correcto o feliz, afortunado. Porque las huellas son marcas, son caminos, son huellas de ida y vuelta.  Voy a hacer un esfuerzo para no superponerme con lo que ellos han dicho, porque si les cambiamos los años y los nombres, esta es la base del informe que yo podría dar sobre la etapa que me toca comentar. De manera que para hacer más liviana, más breve mi charlita,  voy a proponer a la reflexión posterior y al debate, (que ojalá se genere), algunos puntos de vista. Consideraciones, conclusiones didácticas, con la esperanza de poder desarrollarlas con mayor amplitud  y por mi parte, además, poder defenderlas, les parece?
       La primera cuestión es que, los treinta mil desaparecidos, entre los que se encuentran desaparecidos pampeanos, no son, no fueron el objetivo. Fueron el requisito. El presupuesto que requería la implementación del plan de postración de la soberanía nacional.
 La segunda cosa, ya que estamos con historiadores, es que  me parece que aquí se perpetró -en esta etapa que me toca describir-  un doble agravio: a la historia y a la historiografía. Porque se adulteró la verdad, se elaboró un discurso falaz al mismo tiempo que se quemaron pruebas de la práctica sistemática del horror.
   La  tercera cuestión, se refiere a la “isla de paz”. Hay quienes sostienen que La Pampa estuvo ausente del mapa represivo, en razón a la no confrontada versión  de que la mayoría de nuestros desaparecidos, fueron desaparecidos en otros lugares. Esa tesis se esteriliza con la verificación fehaciente de la coordinación represiva.
      La última consideración de esta introducción: nadie sabe hoy, cuántos son nuestros desaparecidos, cuál es el número de nuestros muertos, y en qué circunstancia fueron desaparecidos y muertos.   Esta es nuestra asignatura pendiente y hasta que no la saldemos prevalecerá la injusticia y consecuentemente el  discurso mentiroso de los victimarios.
      No desaparecieron, como arguyó  Videla, “no están, no existen” en ese célebre discurso, Nos los desaparecieron. Como sostiene  nuestro amigo, Daniel Bilbao en el Ensayo sobre las sociedades del silencio, el olvido y la memoria, nos desaparecieron a nosotros.  Nos faltan a nosotros. Tienen nuestras edades. Podrían formar parte de este público. Pero no están. Sólo tenemos sus ausencias. Y ni siquiera podemos contabilizarlas. 
      Bueno, estos son los puntos que estoy proponiendo para el debate posterior. Vamos a la charla.
      Cuando estaba pensando qué decir en esta intervención, fui socorrido por una cita inserta en  esa revista, interesantísima, que se llama  Quinto Sol. La cita... en realidad tropecé con ella, al leer un trabajo buenísimo, que recomiendo, de Jorge Saab y Laura Sánchez..., y la cita, digo,  es de Heller. Presumo  que se refiere a Agnes Heller, cuyos ensayos sobre las necesidades del hombre con tanta devoción leíamos a fines de los setenta. Estas necesidades, que son, básicamente, la libertad y la felicidad.  Quizás después, podamos extendernos sobre cómo se produce esta contradicción entre las necesidades de libertad y felicidad y quienes se oponen. Esto es lo que ha sido el hilo conductor de las dos exposiciones anteriores.  Pero en lo que concierne a este panel la reflexión de Heller es que una historia se convierte en pasado cuando se narra a partir de su conclusión, y esta conclusión puede ser absoluta o relativa, pero es relativa por que se narra aquí, y ahora.
       El narrador, la dice en el presente y reímos o nos emocionamos o lloramos en el presente. Revivimos y convertimos las cosas del pasado al decirlas en el presente.
Y vieran qué acertado, cuánta veracidad encierra este pensamiento; cuando este pasado, que ilusoriamente pensamos que dejamos atrás, irrumpe de pronto en una pared de Santa Rosa. El espectro de la iniquidad asoma cuando  alguien escribe, ¿Zurdos?, con total impunidad, en el frente de una calle de Villa del Busto, aquí, en  Santa Rosa.
      Bueno, a partir de esta consideración les cuento entonces, una breve historia, sobre marcas, huellas de la dictadura en La Pampa.
       Hace siete años, en ocasión de un nuevo aniversario del golpe de Estado de 1976,  entrevisté a María Tartaglia.
Les presento a María Tartaglia:
Es hermosa y  buena, vive en la calle Estrada y está sola y espera. Tiene una hija desaparecida, Lucía,  que en cautiverio dio a luz y ese niño también detenido desaparecido nunca fue recuperado.
Recapitulemos entonces: esta provincia que, levanta, reclama, impone, defiende las banderas  de la identidad, quizás debiera tratar de devolverle la identidad a este niño, que también podría estar formando parte de este público y no puede hacerlo porque está formando parte de esa nueva  legión de esclavos modernos que están en esa condición porque no pueden resolver sobre su destino. No pueden decidir, no tienen identidad y son prisioneros de un falso amor.
         Lo cierto es que cuando charlaba con María, me comentaba que, cada vez que sentía el sonido de un tren o la bocina de algún coche o de algún taxi en la calle de su casa, se estremecía.
 Esta conmoción provenía del pensamiento de que esas resonancias  eran portadores de un dato , algún indicio  procedente de este  pasado que dejamos . Esta María que les digo que en cada bocina experimenta una angustia indescriptible es portadora de una marca imborrable. Cicatrices de la ignominia.
Ella revive cotidianamente, desde hace más de dos décadas, el tormento de una época que forma parte de la historia pero que, como vemos, nos toca el timbre todos los días.
 Podemos buscar muchas más evidencias  de cómo nos  ha flagelado  la dictadura pero a través de ese tormento permanente que padece  María se convierten en  ociosos otros  ejemplos.
          Se hace poco o nada, por evitarle esa pesadilla cotidiana. La moral farisea de legisladores y sectores dirigenciales le deben... nos deben una respuesta.
Nos enfrentamos, entonces al dilema de  qué hacer. Cómo asumir, cómo comportarnos, cómo debatir estas cuestiones.
       Hace cincuenta años, alguien intentó una respuesta. Me refiero a Teodor Adorno, el gran pensador alemán que alguna vez sostuvo  que después de Auschwitz, no se puede escribir poesía. Él es autor de un ensayo, portentoso, “Auschwitz y la Educación”.
        Digamos, Mercedes (ese campo de concentración que recién ha descrito José Carlos) y la Educación, digamos la ESMA y la Educación, digamos “Masacre de Arauz y la Educación”.
La columna vertebral del pensamiento de Adorno es la memoria. Ella es la gran educadora, mediante ella (en el hogar, en el barrio, en los trabajos) se puede y debe  escudriñar cada detalle de lo que provocó Auschwitz.
Precisemos: no el tormento, no el relato descarnado, cruel, sino los intersticios de Auschwitz, lo que condujo a Auschwitz y evitar la reiteración  a través de la educación, en la educación del soberano, en la educación de todos nosotros.
         Esto,... qué significaría para nosotros, aquí y ahora.  Bueno, José Carlos nos habla del exilio, Nosotros  tenemos nuestros destierros y resulta imperativo  comprender el fenómeno del exilio. También relata acerca de los desgarramientos familiares, y habla de la pérdida de la identidad. Nosotros debiéramos entender y comprender estos fenómenos a partir de observar y  estudiar  por ejemplo cómo resolvimos uno de los primeros asesinatos culturales como lo fue la destrucción del Instituto de Estudios Regionales,  que afortunadamente, ahora, desde hace muy poco vuelve a cobrar vida.
       Y José, también habla de  la disgregación, la pérdida del arraigo, de los afectos, de las familias, y aquí se estigmatizó, se condenó y se proscribió al magisterio que enseñaba la teoría de los conjuntos.
       Entonces, a la hora de rastrear las huellas de la dictadura entiendo que nos encontramos ante una invitación a repasar cada uno de estos elementos. No solamente  establecer  quién golpeaba en una celda de la Seccional Primera, sino también saber la identidad  del que  había dado la orden.  Por imperio de qué logística, de qué idea política, de qué ideología, esa víctima recibió los golpes. Y además, como sostuvo  Jorge, Etchenique en su capítulo de delaciones, quién aportó  el nombre de esa víctima, en la Sub zona 14.
Urge conocer, no por venganza sino por imperio de la vedad, para que esa verdad nos ilumine nuevas sendas, la identidad de esos siniestros  personajes que viajaban de noche hasta el Destacamento 101 a engordar  las  listas con los nombres de nuestros compañeros. Inventarios que el general Camps, sus secuaces y quienes les sucedieron, recibían con deleite.
Y qué decir de los médicos que verificaban los tiempos correctos del tormento o los diseñadores de asaltos al Servicio Provincial de Salud o los que juraron por las actas del Proceso o quienes contribuyeron para que se inaugurara, aquí en La Pampa, este nuevo “ministerio del miedo” que sigue, al parecer con el sueño muy ligero.
Concluyo pensando  que cada estremecimiento de María Tartaglia es, en la actualidad, una convocatoria a nuestros compromisos y responsabilidades. Ahora es el turno de Los deberes de la inteligencia, para  decirlo a la manera de nuestros maestros.
Las huellas de la dictadura quedaron impresas en el cuerpo social. Cada  uno de nosotros es portador, de una u otra manera, de estas cicatrices. Y ellas, como tales, solo podrán cerrarse si se las expone a la luz.
       Cincuenta años después de Adorno, Juan Gelman, al recibir el premio Juan Rulfo, de esto hace muy poquito, se inscribió en esta línea de pensamiento.
 Sostuvo  que quizás, Adorno, había querido decir que después de Auschwitz, no se puede escribir poesía “como antes”.
Gelman, ciertamente, es una prueba de que es así: estaba recibiendo el premio Rulfo, pero venía de investigar el paradero de su nieta y de recuperar a su nieta.
        Sus lectores  tenemos evidencias de cómo aplicó Gelman este concepto, sus transformaciones. Y ellas son las que hoy tomamos como enseñanza porque nada nos es ajeno y no somos neutrales. Al aceptar el Rulfo el gran poeta sostuvo que “una poesía sin ojos, no cruza la calle”.
Y estas palabras  vienen bien como corolario, a manera de  homenaje a los desaparecidos, a la recuperación de la memoria, y a este ejercicio de la memoria, porque nosotros mismos no llegaremos ni hasta la esquina si no nos atrevemos a descorrer los velos, de nuestra historia. Muchas gracias.


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Preguntas del público y respuestas

María S. Di Liscia. : Muchas gracias, a los tres. Realmente de esta manera  podemos observar como la sensibilidad y también la investigación son capaces de brindar una nueva visión acerca de nuestro pasado. Y ahora es un punto muy importante la participación, no solamente de las tres personas que están aquí enfrente, de hace una hora que nos están hablando, sino del público. Para que todos logremos , digamos, participar de esta memoria. Que no solamente la miremos, o la escuchemos. Hay, distribuídos una serie de papeles, donde pueden escribir una pregunta para uno o para los tres conferencistas. Si les parece bien, esta es la forma que se va a utilizar y voy a leer las preguntas que me lleguen. ...¿Existe esa posibilidad, alguno quiere...o ya tiene su pregunta escrita y la quiere ir alcanzando?

.........Es una pregunta para José Carlos: En Victorica se rinde homenaje a los Héroes de Cochico, ¿quiénes ...son o fueron esos héroes. Los Yancamil o los Conquistadores? Creemos que los Yancamil. 

J.C.Depetris: En realidad los héroesde Cochicó,  que están enterrados en la Plaza de Victorica, perdieron la batalla como Yancamil, porque Santerbó, que era quien  representaba a las cúpulas militares que habían ideado aquello se guardó muy bien de estar en el combate. Lo miró de lejos. Los ocho muertos que están enterrados en Victorica, eran ocho pobres milicos, medios aindiados, que tuvieron que luchar con los otros paisanos y compañeros.
      Por eso yo creo que la visión, que debemos tener de , por ahí es sobrevolar un poco todas estas cuestiones y pensar que en aquel momento se enfrentó, como también nos estamos enfrentando hoy no? Entre pobres y entre excluidos.
      Evidentemente, yo considero que los ocho muertos que están enterrados en Victorica, pertenecen, o podían haber estado en el bando de Yancamil.

M:SD:D:L: ¿Alguien quiere decir su pregunta? O se animan a ...le pasamos el micrófono.

               
   NO SE OYE LA PREGUNTA: ........
  

J:C:D:  Exactamente, el mismo criterio que se adoptó después para la época de los años de plomo, no?


NO SE HOYE EL COMENTARIO O PREGUNTA.......
J.C.D.: Si, peo en realidad, el grupo que se enfrentó con Yancamil eran, prácticamente del  mismo pueblo , muchos de ellos mestizos integrantes de la tribu que habían sido militarizados casi por la fuerza.  Y en ese encontronazo, acá habría que hacer un poco, y empezar a  trabajar con las distintas teorías y versiones que hay sobre la Batalla de Cochicó, no?. Pero en realidad eran tan presos de un sistema muy fuerte que los imponía, a veces, a luchar contra su propia voluntad.

 NO SE HOYE EL COMENTARIO O PREGUNTA:

J.C.D.: Si. Si. El sistema militar. Estaban militarizados.

NO SE HOYE EL COMENTARIO O PREGUNTA:

Juan arlos Pumilla: Si. Entendí, qué pasó con un proyecto que presenté en la Cámara de Diputados en 1996. Perdón que le dé una respuesta un poquito más larga.
       Parto de la consideración que las leyes de Obediencia Debida, Punto Final e Indulto, consagran una diferencia, y consecuentemente, imponen una injusticia. Porque por un lado resuelven la cuestión de los represores, de una u otra manera, pero por el lado de  las víctimas, a los familiares se le impiden el acceso a la verdad histórica.  Esas leyes consagran esa injusticia.
        Esta es la base de las solicitudes de los múltiples pedidos de juicios de la verdad. Que entre otras bondades, tiene que... si no hay justicia, queda la condena social, que sabemos de sus aplicaciones, de sus resultados. Pero lo cierto que en el plano pampeano, donde se especula con el número de muertos  y desaparecidos, pero no se saben a ciencia cierta cuántos son. Nosotros en el año ´84, presentamos treinta y tres denuncias de violaciones a los Derechos Humanos, veintiséis de los cuales, se referían a detenidos desaparecidos, pero con el paso de los años y a partir de una gran movilización popular que se generó en los últimos años, alrededor del tema, estas cifras se han multiplicado. 
      De manera que, en el `96 a los veinte años del Golpe Militar, esa fue la base del proyecto: reclamarle a los Poderes Públicos que ya que el campo popular había dado, todo lo que había podido dar, había conseguido los nombres, había localizado sitios, ya no daba más.
       Que los Poderes Públicos, en la Democracia, se avocaran primero a recuperarle la identidad  y a devolvernos al hijo de Lucía Tartaglia, “Causa Provincial”; y luego establecer las causas de las muertes y la desapariciones. Porque sino, lo que prevalece, es el discurso del represor, que murieron en el enfrentamiento, que eran subversivos, con lo que consagramos en Democracia, otra injusticia.
       Bueno, al año siguiente, fue reiterado ese proyecto ampliado, y eso mismo sucedió al año posterior y al otro año, y al otro año respaldado por docenas de instituciones pampeanas, con resultado negativo.
 El año pasado, entonces ese proyecto cobijado y amparado por expresiones múltiples de solidaridad comunitaria, fue presentado con los auspicios de la compañerita Lucía Colombato, nuevamente en la Justicia Federal donde había sido presentado en 1984.
       No sabemos el porvenir de estas acciones, pero yo creo que la pelota está de nuevo en nuestro campo.


M.S. Di Liscia. : Alguna otra pregunta...?  Vamos a dar nuevamente un aplauso a los tres panelistas. Y nos encontramos dentro de una semana en este mismo lugar: “Luces y sombras de nuestros Hombres” el próximo panel.

viernes, 1 de marzo de 2013

Oscar Di Dío



DEBERES DE LA MEMORIA

Ricaro(fallecido en febrero de 2013), Juana, la amdre de ambos y Oscar Di Dío.



            El que puede haber sido el primer vecino de Victorica, Martín López, residente de “Echohué” le escribe al Padre Donati en 1872 para imponerlo de sus preocupaciones por las consecuencias de la violación, por parte del gobierno nacional, de los acuerdos de paz firmados en el período.
            Hay antecedentes en otros puntos del territorio, pero el descrito es probablemente el primero que ubica a la localidad como escenario de una iniquidad.
            Luego vendrían, claro, los pormenores de la masacre, (que la historia oficial se empeña en caracterizarlo como combate), de Cochicó o las encendidas proclamas de Carmen Orozco intentando hacer valer sus derechos.
            Ni que hablar de las campañas de exterminio étnico que con tanto fervor reivindicó Leopoldo Fortunato Galtieri en el marco del lanzamiento del partido que habría de servir como fachada y continuador del proceso militar.
            Los fastos del centenario no alcanzaron a desalojar de la memoria colectiva un secuestro extorsivo perpetrado en perjuicio de un conocido de la zona y el secuestro y desaparición de un joven abnegado que luchó hasta las últimas consecuencias para legarnos un país distinto y mejor.
            Es ocioso aclarar que nos referimos a Oscar Di Dio, que referencia nuevamente a Victorica en la dilatada lista de víctimas del Terrorismo de Estado.
            Hace algún tiempo,  desconocidos dispararon contra la placa que perpetúa su nombre. Quienes quieran ubicar a esta acción dentro de la amplia gama del vandalismo urbano se equivocan.
            Los que abrieron fuego sobre la placa de Oscar lo hicieron para asesinar su memoria y así también para infundir al resto del cuerpo social las sensaciones que se derivan del pleno ejercicio de la impunidad y el terror.
            Al conmemorarse los treinta años del acceso a la práctica terrorista institucionalizada no estará demás repasar nuestros deberes (“deberes de la inteligencia”, al decir de Aníbal Ponce) e imprimir a las efemérides un rasgo imprescindible para avanzar hacia el futuro:  el de la acción concreta.
            La proclama de la memoria sólo tendrá vigor y templanza si a los discursos principistas y gestos simbólicos, se le suma la vocación por avanzar hasta las últimas consecuencias en procura de la verdad.  Esto es, conocer cada intersticio por donde la represión ha pasado, denunciarlo y procurar justicia.
            Hasta que no lo hagamos prevalecerá el discurso de los asesinos (“Los desaparecidos no están, no existen”, Videla dixit) y la sociedad no podrá consumarse en sus horizontes democráticos.
            La verdad, para el caso de Oscar Di Dio es establecer  quiénes fueron  los responsables políticos  de su desaparición, quiénes los ejecutores del secuestro..  Es recuperar su cuerpo para que descanse en su lugar de origen. Es, en definitiva no cejar hasta que lo responsables sean juzgados y castigados.
             Verdad es determinar la identidad de quienes devastan en las sombras para herirnos en lo más íntimo.
            Hasta que eso no suceda la sociedad tendrá una deuda pendiente y su futuro comprometido.
            Si Martín López hubiera triunfado en su demanda y las generaciones venideras no hubieran olvidado lo que sucedió, la fecha de hoy sería una fiesta.

                                                            
10.3.2006

Acerca del hambre

En el Museo de la Historia habrá un contenedor. En su interior un zapato sin suela, una silla de tres patas, el mango de un hacha, acaso un ...