lunes, 31 de agosto de 2015

Tres mujeres



Postal de viaje
TRES MUJERES

(Gracias Mónica)

         Antes de partir exhortó a un amigo para que se internara en el monumental alegato de Viñas de Ira en la que John Steinbeck propicia una moralidad que los saciados de todos los tiempos resisten. En las páginas finales una mujer que acaba de perder a su niño amamanta a un anciano moribundo. El texto, tan bello como turbador, acaso haya acrecentado las ofuscaciones de ese tal  Eugene Mc Arthy que colocó a Steinbeck  en un lugar expectable de su miserable lista.
         Tres días  más tarde, en  las galerías del Museo del Prado, atravesadas centralmente por susurros alemanes y japoneses, una viajera llama la atención sobre una de las esculturas aledañas al sitio donde imperan  Las Meninas. Despertando un sinnúmero de emociones la figura de  Antonio Solá  interpela  y provoca. En “La caridad romana” una hija  visita a su padre condenado a morir y ofrece sus pechos para que se alimente. El anciano succiona mientras la muchacha, sabedora  de  las consecuencias de su acción vigila atentamente hacia el exterior de la celda.
         La escena genera más adhesiones que rechazos, es sobrecogedora e inquietante. Pero no constituye la única trasgresión. Hubo una, anterior, consumada   por el curador de la sala, que  ubicó la obra acompañando  lienzos de gran porte tal vez más conservadores y previsibles. ¡Bien por él!
         Esa noche, la alegría y desenfado sienta sus reales en la bulliciosa peatonal Montera. Mozas  encantadoras prometen porvenires venturosos recostadas en los árboles de los canteros medulares o en los umbrales de los negocios abundantes en neón y turistas.
         Una de las chicas repara en un anciano que ha subido la cuesta y  exhausto toma aire para recobrar aliento. Ella tiene ojos claros y cabellos  de miel. El  hombre es canoso y por sobre sus espaldas encorvadas asoma parte de una trenza que se va deshilachando sin remedio. Se alcanza a percibir un aro en el lóbulo izquierdo y esa mirada ceniza  que hemos visto en hombres  tristes.
La muchacha cruza la calle hacía él dilapidando fragancias y le musita algo en el  oído. El hombre inclina su cabeza y no responde. Ella insiste otra vez. Y otra, hasta que logra modelar el atisbo  de un mohín auspicioso   en su rostro. Sin intervalos  la joven lleva el dedo índice a sus labios lo  apoya en  una de las comisuras del viejo para  recorrer todo el itinerario de la boca hasta construirle un puente de saliva. Asoma, tímida,  una sonrisa. Él articula una palabra de gratitud que queda náufraga en la calle porque ella ya ha retornado a su puesto. Eso, nada más. Ni nada menos. Tres situaciones, rimas del  cosmos, tres relámpagos  reveladores  en las desmesuras  del ser humano. Tres  mujeres,  al fin,  ejerciendo su magisterio de prorrogar vidas.







miércoles, 5 de agosto de 2015

Los rostros y las sombras

dibujo: José Vallaldares



            ¿Cómo creer en el hombre que desde el cartel de su candidatura exhibe una juventud que no tiene?. Cabelleras donde hay calvicie, pieles tersas donde imperan las  arrugas, talantes  bondadosos en lugar de semblantes crispados. Rasgos de una moral travestida.
            Los rostros y las máscaras, aquí está el título de un nuevo libro. El afanoso, como estéril, intento de ocultar un dato comprobable de la realidad concita la inquietud ciudadana. Porque los rostros, ya se sabe, son los espejos del alma. Carteles de una campaña pasteurizada que insiste que los “batata!” son una invención de la prensa.
            Politólogos condescendientes reducen la cuestión al rubor estético. Los escépticos, esa raza canalla insidiosa, indican que no hay pequeñas o grandes, las mentiras son siempre mentiras.
            Resulta un ejercicio subyugante detenerse en la contemplación de los carteles policromos. Los que están más cerca del poder ostentan amplias sonrisas; la oposición inmediata apenas la esboza. En los restantes el gesto es de gravedad o de infranqueable hermetismo. Hay caras que lo dicen todo y las hay que no dicen nada.
            El afán rejuvenecedor o embellecedor transporte a los candidatos a varios lustros atrás. Aquí, quizás haya un mensaje subliminal. Por cierto, resulta difícil descifrarlo. Hace veinte años las consignas eran de liberación en contra de la dependencia y las proclamas  registraban los términos de esta contradicción: brazos en alto, dedos en V, puños cerrados, gestos de un pueblo en marcha.
            Hoy hay solo caras. Probablemente un indicio de cómo transcurre el funeral de las ideologías. Hoy el drama nacional se expresa en la contradicción: corrupción o decencia. Buena, pero cualitativamente inferior.
            Caras. Se nos  antoja que la angustia argentina tiene que ver más con lo gastronómico que con lo cosmetológico. A la hora de la verdad el atribulado ciudadano de estos días asistirá el domingo 3 a la ceremonia de elección de caras. Deberá optar por la que le inspire más confianza, por la que interprete su ideal de belleza, por aquellas que le asegure que el voto es el pasaporte para la obtención de una mejoría tan notable como la que logra la publicidad de la mano de las artes gráficas.
            Demasiadas dudas para el ciudadano. ¿Será por eso que al cuarto donde se registra el acto de elegir le dicen oscuro?

(domingo 3 de octubre de 1993-publicado en diario LaArena)

La casa es el umbral

  La casa es el   umbral ( Mínima canción de contingencia) Retumban   esas   suelas...