martes, 22 de diciembre de 2015

Una causa, una canción

el viejo puente de Santa Isabel

"Nuestras vidas son los ríos..."


El primer expolio significó la inmolación  de los sentidos.
El segundo, de la razón.
 Sangraduras que aun palpitan.
Luego, la irrupción  del silencio en estas dilataciones sedientas  de la patria.
Ahí habita el germen de la música asociada al agua o a su ausencia.
En los susurros del cauce cortejando a la llanura y esa comunión del hombre y su paisaje.
Lo reveló  aquel  niño que comentó a Edgar Morisoli, “Vieras, señor, el pajarerío ”. Y con eso, dijo todo.
Quizás  la nostalgia se destile en la observación, porque las evocaciones nunca son castas y a menudo vienen de la mano de las tristezas.
Tal vez  haya que explorar en las memorias heredadas de 1808, año que subraya un hito aciago en el historial del despojo.
Tellis de Meneses, el señor comandante.
Luego vinieron otros, claro, hasta agotar el siglo e inaugurar el siguiente.
Menos mal que antes, ratificando los conceptos de la Patria Grande, Luis de la Cruz, el patriota, dejaba testimonio de su asombro ante la Babel de los Desaguaderos.
César Ércole Tamborini supo luego de las agonías de las vertientes. Cien años después, leguas  abajo  de la Puntilla, fue espectador de la maravilla  del agua cantarina. Tan fuerte fue la emoción que, a su regreso a Toay (donde fundaría la Banda Tamborini) plasmó “La marcha del Salado”. Acaso, la primera partitura asociada a nuestros ríos
¿Habrán cruzado sus pasos  este piamontés pionero y aquel ignoto cronista de Caras y Caretas que alcanzó a percibir tanto  esplendor?
Años más tarde, ya entrado el siglo, Ove Bock, el danés que  sentara las bases para la fertilidad del sur de  Mendoza   sería muy explícito. “Había  cierta gloria en la esquina noroeste  de La Pampa”.
Que lo digan si no los proyectos anticipatorios  de Edmundo Day imaginando una confluencia interoceánica a través de los cursos de agua superficiales.
Francisco de Villagra, el aventurero (cuyas  afiebradas obsesiones por encontrar al Lin Lin tanto desvelaban al querido Julio Colombato) acaso haya sido precursor de estas quimeras del mendocino.
La  singladura  de 1550 del enviado de Valdivia  a estos confines alumbra  otra incógnita: ¿habrá un legado, una herencia  espiritual afinada en un temple misterioso que pudiera darle sostén a una hipótesis sonora que tanto enriquecería este cancionero?
En el universo de las especulaciones no es aventurado conjeturar que ciertamente hubo música ligada al agua antes, mucho antes. Está habilitado para inferirlo cualquiera  que se introduzca en las fascinantes conclusiones  del trabajo de Mónica Berón relatando la junta, el encuentro de culturas celebrando negocios y cimentando fraternidades al costado del agua.
Ahí nomás, en Puelches, hace más de cinco mil años.
Y seguramente hubo una lamentación, una entonación fúnebre, dicha como letanía junto  los restos rodeados  de  sus ajuares, hace 8.600 años, en casa de Piedra, al borde del fragor del Colorado.
Pero todo esto, sujeto a las arbitrariedades de la elección, es –si se quiere- historia reciente.
Ahora sabemos que hubo otro cauce, otras   escorrentías  sonoras, argentinas (si se permite el juego de palabras) bajo lo que hoy es objeto de consideración.
En el pleistoceno, asegura el fundado trabajo de María Gabriela González (Santa Rosa, La Pampa, 2014)  existió un paleocauce de  asombrosa simetría con los actuales que otorga razones prehistóricas y geomorfológicas a las impetraciones por quebrar con las laceraciones de un desierto que divide. Esa  cicatriz que   resiente la soberanía nacional, afecta el desarrollo solidario de zonas productivas y construye una llaga  antrópica en el medio de la esperanza.
Desierto, el silencio. Como se sabe, la música se compone de ellos y resulta imperioso  su ordenamiento   para obtener gratificaciones al oído.
         Resulta  ardua la concordia. Porque el que el que el que desarmoniza  no es un Estado, tampoco un gobierno, Ni siquiera un partido o un conglomerado social. Es un concepto.
Hay otras razones que justifican  esta recopilación.
Se cumplen tres décadas de la primera iniciativa y han transcurrido casi dos  lustros desde la última edición. Poco o mucho según la perspectiva. Ya se sabe que el tiempo es una medida arbitraria del pensamiento.
Más allá de la mensura podríamos decir, apelando a un sarcasmo  de entrecasa que mucha agua ha corrido bajo el puente.
Las publicaciones precedentes están agotadas o ausentes en bibliotecas y colegios lo que conspira contra las intenciones de que nuevas generaciones se formen al influjo de las canciones vinculadas al agua.
Se ha ampliado el universo multimediático ofreciendo opciones novedosas, accesibles  y eficaces para extremar el objetivo de la comunicación.
En este contexto, una circunstancia tan auspiciosa como  ineluctable: la aparición de nuevos actores sociales y la asunción de la causa por parte de una  militancia joven, aguerrida, heredera y protagonista de momentos de lucha, movilización y resistencia como no existían antecedentes desde aquellas heroicas jornadas de la COPDRIP.
Esta nueva generación, nacida o crecida en el silencio del agua, es, asimismo, artífice   de poemas y melodías   que auspician un plano de sutura armónico entre  ellos y  los precursores  del cancionero de los ríos .
Nos hacen falta. Más ahora, en que se ha interrumpido el flujo  artístico y creador de Guillermo Mareque, chicho Cejas, Oscar Perna, Tucho Rodríguez, Paulino Ortellado,Humberto Urquiza, Néstor Masolo,  Julio Domínguez, JuanCarlos Bustriazo Ortíz, Guri Jaquez o Alejandro Gadán, artistas, trabajadores de la cultura imprescindibles que -donde  estuvieren -  auspician a los que vienen en clave de Sol.
En el plano ideológico y político también se suscitaron hechos sustanciales. La década se inicia con una presentación ante la CSJ por parte del doctor Miguel Palazzani. A ella se suma luego la decisión gubernamental de establecer una demanda ante la Corte Suprema de Justicia, por sus derechos de provincia condómina. Como correlato, emerge con vigor la internalización del concepto de derecho humano al conculcado por la inicua limitación de nuestros caudales.
Lo enumerado construye un corpus imposible de obviar y en  la configuración de un porvenir que destierre  la inocuidad, que persevere  en la memoria. Aferrados al concepto,  aspiramos, a que el  nuevo cancionero de los ríos, establezca un soporte eficaz  para la divulgación. La música como manifiesto de los desposeídos. Una publicación cobijando la canción que venza al tiempo en el camino a la restitución   de nuestros derechos  ancestrales.
Todo puede ser. Ya lo  sostuvo Bach, las disonancias más agudas se registran en las proximidades de las concordias.
Brindamos entonces por las nuevas sonoridades que refuercen la legitimidad del reclamo a voz alzada.
Una postulación para que el silencio troque en armonía y no haya más agravios a los sentidos.









domingo, 20 de diciembre de 2015

Poesía



La pampa se dilata en el poema. El perfil crepuscular de los jinetes inventa fantasmagorías en el horizonte y sus siluetas parecen brotar en el llano como estalagmitas pardas que el resplandor adelgaza y prolonga hacia el oeste. Los versos crecen y entusiasman mientras un trote pasuco repica hacia el amor o el desaliento... Cabalgan, se internan en la desmesura del viento o el jornal. Allá van, despacio y sin premuras porque este es un territorio para viajar sin prisas, para querer de a poco. Es gente de este y otros pagos, paisanos, desnudos de mayores alegrías, austeros en su andar como el paisaje que andan. Un triste fulgor empuja sus espaldas hasta el punto final que cierra la historia e inaugura razones para indagar destinos o tal vez, simplemente, para repensarnos. Los jinetes avanzan hacia algún sitio, cierto remanso de la luz que algunos sospechan o quizás conozcan. Luego, se apean para desaparecer en el interior de la carpeta que Edgar Morisoli cierra despaciosamente ante un auditorio que se crispa y sacude. El poeta despliega una amplia mirada por encima de sus lentes y queda callado.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Testigos

Transcurre el juicio a los represores pampeanos. Es agosto y hace frío pero el cronista queda atrapado en la portería de la Cooperativa Popular de electricidad por el relato de Juan Gonzalía., visiblemente, indignado por la infinita galería de vilezas que desenmascaran las audiencias.  Con gracia y precisión rememora un puñado de acontecidos en los que intervinieran policías corruptos. Uno de ellos es heredado en su juventud de boca de su padre. Ocurrió en el sur, una patota de policías atracó a un hombre de campo, Sebastián Calfuán,  para despojarlo del dinero que llevaba. “Vamos a tener que matarte” le dijo uno de ellos a lo que el asaltado respondió:” miren que tengo testigos, señalando a los teros que sobrevolaban   la escena.  Hubo risas y un disparo. El crimen quedó impune por varios años hasta que uno de los asesinos –acaso inspirado por las libaciones y la presencia de una ocasional bandada de teros- articuló una frase desafortunada frente a un investigador perseverante y memorioso: “miren, allá van los testigos de Calfuán…”

(de la serie inédita "Rimas") 

La casa es el umbral

  La casa es el   umbral ( Mínima canción de contingencia) Retumban   esas   suelas...