el viejo puente de Santa Isabel
"Nuestras vidas son los ríos..."
El primer expolio significó la inmolación de los sentidos.
El segundo, de la razón.
Sangraduras que
aun palpitan.
Luego, la irrupción del silencio en estas dilataciones sedientas de la patria.
Ahí habita el germen de la música asociada al agua o a
su ausencia.
En los susurros del cauce cortejando a la llanura y
esa comunión del hombre y su paisaje.
Lo reveló aquel
niño que comentó a Edgar Morisoli, “Vieras,
señor, el pajarerío ”. Y con eso, dijo todo.
Quizás la nostalgia se destile en
la observación, porque las evocaciones nunca son castas y a menudo vienen de la
mano de las tristezas.
Tal vez haya
que explorar en las memorias heredadas de 1808, año que subraya un hito aciago
en el historial del despojo.
Tellis de Meneses, el señor comandante.
Luego vinieron otros, claro, hasta agotar el siglo e
inaugurar el siguiente.
Menos mal que antes, ratificando los conceptos de la Patria Grande, Luis de la Cruz, el patriota, dejaba
testimonio de su asombro ante la
Babel de los Desaguaderos.
César Ércole Tamborini supo luego de las agonías de
las vertientes. Cien años después, leguas abajo de la Puntilla, fue espectador de la maravilla del agua cantarina. Tan fuerte fue la emoción que,
a su regreso a Toay (donde fundaría la Banda Tamborini)
plasmó “La marcha del Salado”. Acaso, la primera partitura asociada a nuestros
ríos
¿Habrán cruzado sus pasos este piamontés pionero y aquel ignoto
cronista de Caras y Caretas que alcanzó a percibir tanto esplendor?
Años más tarde, ya entrado el siglo, Ove Bock, el
danés que sentara las bases para la
fertilidad del sur de Mendoza sería
muy explícito. “Había cierta gloria en
la esquina noroeste de La Pampa”.
Que lo digan si no los proyectos anticipatorios de Edmundo Day imaginando una confluencia interoceánica
a través de los cursos de agua superficiales.
Francisco de Villagra, el aventurero (cuyas afiebradas obsesiones por encontrar al Lin
Lin tanto desvelaban al querido Julio Colombato) acaso haya sido precursor de
estas quimeras del mendocino.
La singladura de 1550 del enviado de Valdivia a estos confines alumbra otra incógnita: ¿habrá un legado, una
herencia espiritual afinada en un temple
misterioso que pudiera darle sostén a una hipótesis sonora que tanto
enriquecería este cancionero?
En el universo de las especulaciones no es aventurado
conjeturar que ciertamente hubo música ligada al agua antes, mucho antes. Está
habilitado para inferirlo cualquiera que
se introduzca en las fascinantes conclusiones del trabajo de Mónica Berón relatando la
junta, el encuentro de culturas celebrando negocios y cimentando fraternidades
al costado del agua.
Ahí nomás, en Puelches, hace más de cinco mil años.
Y seguramente hubo una lamentación, una entonación
fúnebre, dicha como letanía junto los
restos rodeados de sus ajuares, hace 8.600 años, en casa de
Piedra, al borde del fragor del Colorado.
Pero todo esto, sujeto a las arbitrariedades de la
elección, es –si se quiere- historia reciente.
Ahora sabemos que hubo otro cauce, otras escorrentías
sonoras, argentinas (si se permite el
juego de palabras) bajo lo que hoy es objeto de consideración.
En el pleistoceno, asegura el fundado trabajo de María
Gabriela González (Santa Rosa, La
Pampa, 2014) existió
un paleocauce de asombrosa simetría con
los actuales que otorga razones prehistóricas y geomorfológicas a las
impetraciones por quebrar con las laceraciones de un desierto que divide. Esa cicatriz que
resiente la soberanía nacional, afecta
el desarrollo solidario de zonas productivas y construye una llaga antrópica en el medio de la esperanza.
Desierto, el silencio. Como se sabe, la música se compone
de ellos y resulta imperioso su ordenamiento
para obtener gratificaciones al oído.
Resulta ardua la concordia. Porque el que el que el
que desarmoniza no es un Estado, tampoco
un gobierno, Ni siquiera un partido o un conglomerado social. Es un concepto.
Hay otras razones que justifican esta recopilación.
Se cumplen tres décadas de la primera iniciativa y han
transcurrido casi dos lustros desde la
última edición. Poco o mucho según la perspectiva. Ya se sabe que el tiempo es
una medida arbitraria del pensamiento.
Más allá de la mensura podríamos decir, apelando a un
sarcasmo de entrecasa que mucha agua ha
corrido bajo el puente.
Las publicaciones precedentes están agotadas o
ausentes en bibliotecas y colegios lo que conspira contra las intenciones de que
nuevas generaciones se formen al influjo de las canciones vinculadas al agua.
Se ha ampliado el universo multimediático ofreciendo
opciones novedosas, accesibles y
eficaces para extremar el objetivo de la comunicación.
En este contexto, una circunstancia tan auspiciosa
como ineluctable: la aparición de nuevos
actores sociales y la asunción de la causa por parte de una militancia joven, aguerrida, heredera y
protagonista de momentos de lucha, movilización y resistencia como no existían
antecedentes desde aquellas heroicas jornadas de la COPDRIP.
Esta nueva generación, nacida o crecida en el silencio
del agua, es, asimismo, artífice de poemas y melodías que auspician un plano de sutura armónico
entre ellos y los precursores del cancionero de los ríos .
Nos hacen falta. Más ahora, en que se ha interrumpido
el flujo artístico y creador de
Guillermo Mareque, chicho Cejas, Oscar Perna, Tucho Rodríguez, Paulino
Ortellado,Humberto Urquiza, Néstor Masolo, Julio Domínguez, JuanCarlos Bustriazo Ortíz,
Guri Jaquez o Alejandro Gadán, artistas, trabajadores de la cultura
imprescindibles que -donde estuvieren
- auspician a los que vienen en clave de
Sol.
En el plano ideológico y político también se suscitaron
hechos sustanciales. La década se inicia con una presentación ante la CSJ por parte del doctor
Miguel Palazzani. A ella se suma luego la decisión gubernamental de establecer
una demanda ante la Corte Suprema
de Justicia, por sus derechos de provincia condómina. Como correlato, emerge
con vigor la internalización del concepto de derecho humano al conculcado por
la inicua limitación de nuestros caudales.
Lo enumerado construye un corpus imposible de obviar y
en la configuración de un porvenir que
destierre la inocuidad, que
persevere en la memoria. Aferrados al
concepto, aspiramos, a que el nuevo cancionero de los ríos, establezca un
soporte eficaz para la divulgación. La
música como manifiesto de los desposeídos. Una publicación cobijando la canción
que venza al tiempo en el camino a la restitución de nuestros derechos ancestrales.
Todo puede ser. Ya lo sostuvo Bach, las disonancias más agudas se
registran en las proximidades de las concordias.
Brindamos entonces por las nuevas sonoridades que
refuercen la legitimidad del reclamo a voz alzada.
Una postulación para que el silencio troque en armonía
y no haya más agravios a los sentidos.
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