Algo personal
………………………
POR SI ACASO
EL OLVIDO
Cuatro horas antes del llamado de Silvina desde
Neuquén nos despedimos en la vereda de la callecita Florida. Guillermo (Guiye,
de ahora en adelante) apeló a un viejo dicho heredado de su abuelo ”cuídense, que
buenos quedamos pocos”. Era la cita obligada antes de cada emigración y todos
la adoptamos pese a su incorrección. Porque los buenos son mayoría y los malos,
aunque poderosos, menos. Y ya están casi
todos desenmascarados.
Mirta
completó la sentencia a su manera. Nos arropó las solapas, una caricia en la
mejilla y el infaltable “abrigate que hace frío”.
Aliviando
el momento, porque cada despedida augura ausencia, encomendaron un saludo “a
todos los que nos conocen”. A cuatro días
de distancia queda en evidencia la futilidad de la solicitud. Porque los que
los conocen son centenares, miles, que en estas horas no cesan en sus
invocaciones en los medios, en las calles, en las redes sociales.
Allá,
la ruta 1 cimentando una celada.
Por
la mañana habíamos compartido dos pavas de mate repasando ilusiones, fraguando propósitos
y concibiendo una vuelta en julio. Raquel los sorprendía con su último
bordado y Mirta preguntaba si le habría gustado el dulce de higo a Marielita. Charlas
de familia fundadas a lo largo de casi cuatro décadas y un itinerario
común que se proyecta en los hijos.
Porque Silvina tiene la edad de Rayito, Pablito de Lihué y Eduardo apenas es un
poco mayor que Nahuel.
De
eso conversábamos con el Tuqui y la
Calandria cuando el día después marchamos a Guatraché a inaugurar un
abrazo con Tuchy (cada vez más parecido a Don Guillermo) en una efusión
tan prolongada como silenciosa. A veces, ya se sabe, abruman las palabras.
Teresa ya estaba allí con Mati, Maris Nora,
Hilda y los demás. A esa altura algo
intangible nos mordía los talones del corazón.
Tuchy
salió al rescate con una apostilla acerca de que le gustaría retornar al Perú, en especial al Valle Sagrado. Fue la
ocasión para subrayar que el Guiye había
expuesto una propuesta similar el día anterior .Regresar a los sitios donde la
felicidad nos había tocado el hombro.
El
comentario indujo a la reminiscencia:
hace dos años fuimos hasta Tihuanaco compelidos
por entregar un ejemplar de El Mito en Armas.
En aquella ocasión los cuatro votamos para decidir quién habría de ser el
guenpín del grupo. La opción de Guiye
perdió por mayoría de manera que instantes después, un puñado de turistas intrigados y lugareños advertidos se congregó
en la puerta del sol para escuchar a un
hombre que, hablando de Castelli, fue Castelli. Encendió un actualizado pregón jacobino.
Ferviente y sustentado soliloquio en armonía con una producción intelectual extraordinaria
que desborda con creces el hogar de la avenida Zeballos donde fue concebido. Ese refugio que con tanta ternura y precisión describiera
hace unas horas Mara Ferrari.
Comenzó
a llover. Las gotas caían como lágrimas sobre el pavimento del paseo central. Prontamente
llegaron los chicos, Pablito, tras su
combate contra las impiedades de la burocracia, Silvina y Luciano, desde
Neuquén, Eduardo, Carmina y sus amigos, venidos de Buenos Aires.
Y la memoria fue un abrazo.
Con
ellos nos fuimos a la casa a repasar momentos tratando de hacerle un corte de
manga a la nostalgia. El comedor se entibiaba a medida que crepitaban los
leños. Raquel descubrió con sorpresa que el grabado sobre Hebe y sus luchas ya estuviera enmarcado.
Se lo llevaron apenas hace dos semanas. Ha sido ubicado junto a la música,
frente al hogar, en la misma pared que cuelga, inamovible, el lazo de don Justo
Tapia que el Bardino dejara en custodia una noche de vino negro y milongas con
la sexta en Re.
“No
puede ser/no debe ser…”
En
la habitación interior Silvina acariciaba un teclado trajinado intentando un
texto de contingencia mientras que más acá la Negrita se volvía a encontrar con
su rostro en el cuadro que, junto a Raquel y Mirta, pende de la pared de los
registros familiares.
La
tarde se derrumbaba cuando nos regresamos. La recomendación del abuelo todavía
pendía en el umbral. Luego cumplimos con una especie de exorcismo pagano en el espacio que
hemos elegido como final de camino. Resulta cerca, en el medanal que se dilata
rumbo a los dominios de Nahuel Payún. Es un predio que hospeda cincuenta y pico
de caldenes y renuevos. Acordamos imponerle un nombre a cada uno de ellos y
Mirta y Guiye poseen el suyo. Lo eligieron en una localización en la cual las calandrias acuden a curiosear
cada vez que arremetemos contra las
rosetas .La vara se va engrosando y ya tiene copa... Seguirá así como una prórroga de vida. Estas líneas tiene ese objetivo.
Informar a los chicos que hay un legado que les pertenece y algún día se
proyectará en Joaquín y Luisina, en _Sofía y Cami, en los otros dos nietos del
corazón. Al principio Mirta se resistió objetando que acaso no hubiera caldenes
suficientes. Serenamos su inquietud de inmediato. Porque si no bastaren allí están los pájaros
y sus germinaciones. Y también nosotros, para hundir semillas que algún día se extenderán en
frondas en una marcha raudal e
invencible abriendo paso por la ancha y
venturosa avenida de la dignidad y la coherencia.
El
jueves no estuvimos. Pero estuvimos. Forzamos el oximoron solo para poder mentar
la semblanza del Basko o al Pedrito Cabal
en tono de milonga, Fueguito inflamando quetrales y Teresa correspondiendo al poema de Pablo con otro que brota como
eterno surgente de una obra en construcción. La voz ronca de Negrita se alzó en
una honra a los habitantes de la rubia espesura. Sapito y Cachín, dos pulsos,
dos temples, que más…
Y
al punto, los chicos. Empeñados en ser fieles a un mandato implícito.
Valientes, comprometidos. Hijos de tigre.
Y
de leona.
-¿Qué
sale de un tigre y una leona?
-Ellos.
Ese tipo de hijos.
La
casa del bicentenario henchida por
las emociones. Vecinos, amigos,
familiares. Músicos, escritores, estudiantes. Todos, la levadura de una obra
portentosa, una ofrenda espiritual que
nos compromete una y otra vez.
Y otra.
Cada vez que suenen los acordes
de una cantata , se alce una proclama o cierre
un puño por los expulsados de la Mapu. Cada vez, decimos que un cauce se sepulte,
con su
secuela de hambre y sed, comparecerá el Guiye, su obra en ristre, como un Cid redivivo, inquiriendo
qué somos, para indagar qué
hacemos por el patronato de un destino común que siente sus reales, eterno e inexpugnable, en
el inexorable Ministerio de los Buenos.