Días de
juicio
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POR QUÉ
CANTAMOS
Mordiendo las
palabras, con una matriz de sal en sus pupilas, Cristina Ércoli pormenorizó que
en sus días de cautiverio en las
antesalas del tormento en la Seccional Primera de Santa Rosa, las detenidas
cantaban. Lo hacían para homologar que estaban vivas, para reconocerse. La que
se ausentaba del coro que armonizaba “una que sabían todas” –Zamba de mi
Esperanza- presagiaba funestas novedades, ausencias, traslados. Por imperio de las leyes de la simetría, si la vocalización acrecentaba sus cuerdas, la desazón era la
misma.
Inventarios
del canto.
Recuentos en
clave de Sol.
Cristina deslizó
la anécdota hace apenas tres semanas, en la bisagra de un relato tan emotivo
como estremecedor.
Hoy por la
mañana, la significación de ese recuerdo se prorrogó en la
sala de audiencias de la última sesión
del año del juicio Subzona 1.4.
Le tocó a
Mario Lóriga detallar las consecuencias de las germinaciones del terrorismo de Estado en estas latitudes apenas
iniciado 1975.
Mario,
periodista, poeta, que para ese momento ya había convivido con el espectro de la muerte y las persecuciones, pormenorizó que uno a uno
fueron ingresando en las inconclusas instalaciones de la flamante Seccional. Él,
su compañera y una treintena de militantes a quienes su compromiso social los
había introducido tempranamente en los pormenores de la incertidumbre y el
desasosiego.
Didáctica
del terror en la edad de plomo.
Teníamos
miedo, confesó sin rubores y sin transición describió su antídoto:
Cantamos,
dijo, e inauguró una pausa profunda que se hundió en el corazón de la
audiencia.
Cantaron para
vencer al miedo.
Para
confirmarse.
Para
proclamar dónde estaban y atestiguar sobrevivencias.
Eso, nada
más. Un episodio mínimo en el universo del espanto.
Y un
denominador común: el canto para expresarse, defenderse, proteger la vida.
Luego, Mario
se ensimismó en una indagación de
sus recuerdos para evadir las celadas
del olvido y ratificó su oficio de
juglar con un breve texto, tan significativo como elocuente.
Aquí va, no
tiene título. No hace falta más para consolar una despedida hasta que alumbre el
nuevo año:
…
entonces
la vida se
asombra de uno mismo
se dice
no sabía que
esa roca estuviera allí
y que esa
roca fuera
fuerza y
debilidad
sí
se asombra
la vida
de que
hayamos trepado esos muros
de que
hayamos salido de esos pozos
y al revés
de que nos
hayamos empantanado
en
charquitos
de que
hayamos llorado por inutilidades
se asombra
la vida y se abre al sol
y el sol
amablemente
entibia los
rincones helados
e ilumina
los agujeros oscuros
en los que
se atranca la alegría
la vida se
asombra
y se
reconforta
de que
hayamos llegado
a pesar de
todo
hasta estas
orillas . .
.
MARIO LORIGA
13 de
diciembre de 2016 a las 23:07 •
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